9. No más palabras

Hasta donde sabemos, Rimbaud dejó la poesía alrededor de 1874. Ese mismo año viajó a Londres acompañado por un joven poeta provenzal, Germain Nouveau. Escribió anuncios por palabras.

Su hermana Vitalie, que fue a verlo, da cuenta en su diario de una visita al Museo Británico: "Lo que más me ha interesado son las reliquias del rey de Abisinia". Poco después, murió de una artritis reumatosa. Tenía 18 años. Cuentan que Rimbaud asistió a su entierro con la cabeza rapada. Una temporada en el infierno predecía: "No más palabras. Entierro a los muertos en mi vientre".

En 1928, Roland de Rénèville publicó Rimbaud le voyant, donde afirma que la búsqueda visionaria del poeta francés concluyó, por la propia naturaleza de su empresa, en fracaso. Dicho fracaso explicaría supuestamente lo inexplicable: su abandono de la escritura. Me pregunto si no se extendió, a raíz de esta popular lectura, un prejuicio aplicado después de forma indiscriminada a las vanguardias: toda experimentación estética es un callejón sin salida.

Rimbaud forzó los límites de la modernidad. Y se instaló de forma coherente en un margen de la civilización, una ciudad extraña para la propia Abisinia, un lugar donde personas y mercancías fluían en un trasiego incansable, donde todo estaba siempre de paso.

Mi jornada está hecha; dejo Europa. El aire marino quemará mis pulmones; los climas perdidos me curtirán. Nadar, triturar la hierba, cazar, fumar sobre todo; beber licores fuertes como el metal hirviente..., como hacían esos queridos antepasados alrededor de las hogueras. Volveré con miembros de hierro, la piel sombría, el ojo furioso: por mi máscara, se me juzgará de una raza fuerte. Tendré oro; seré vago y brutal. Las mujeres cuidan a estos inválidos cuando vuelven de los países cálidos. Me mezclaré en los asuntos políticos. Salvado.