19. Teletransporte

Agradezco el amanecer. Empacamos aprisa y nos disponemos a emprender la marcha. De la tienda de Decathlon sale un británico envuelto en una colcha elegante como una toga. Cobro conciencia de mi aspecto: no llevo mochila sino un hatillo improvisado con una manta de flores. Hace tres días que no me ducho y llevo puesta encima toda la ropa que tengo. Nos saludamos. En contraste con nuestro inglés hispano-africano, su acento British suena presuntuoso. Lo dejamos tomando el té en una mesita plegable.

En el camino de vuelta, unos niños de la zona nos ofrecen cestillas de colores. No compramos ninguna porque se abalanzan sobre nosotras y Dereje, siempre didáctico, considera que deben aprender a comportarse. Seguimos ascendiendo penosamente por un perfil escarpado y arriba nos encontramos con los mismos niños, que han llegado sin esfuerzo aparente, como por teletransporte. Están bailando para nosotras al son de un violín construido con una botella de plástico. Me pregunto qué serían capaces de hacer si volvemos a ignorarlos.

Nos despedimos de Dereje, nos despedimos de Aiele, nos despedimos de las Simien. Conseguimos meternos en la primera furgoneta camino de Gondar, donde tomaremos el avión de regreso. La vuelta se acelera de repente. En Gondar nos permitimos nuestro único restaurante en condiciones. Los camareros son exquisitos y el local está decorado con un refinado sabor local. Antes de comer, nos ofrecen un cuenco con agua limpia para lavarnos las manos. Llevamos más de una semana comiendo lo incomible. Pillamos en el restaurante de lujo una intoxicación alimenticia.