17. Sujeto y paisaje

Caminamos durante horas, trepando rocas y bordeando desfiladeros a tres mil seiscientos metros de altitud. Me acuerdo de todos mis propósitos de hacer deporte cotidiano. El corazón me late tan rápido que no distingo la frecuencia: estoy dando una sola nota de gong. Para protegernos de las lluvias, nos han dejado un chubasquero del ejército israelí. Ese mismo ejército que, en 1991, trasladó en una operación relámpago a quince mil judíos etíopes amenazados por la crisis del régimen comunista. Más de mil personas fueron embutidas dentro de un Boeing 747, durante el vuelo con más pasajeros de la historia. El padre de Dereje era judío, su madre ortodoxa. Ellos decidieron quedarse pero conservaron los chubasqueros.

Paramos cada hora frente a una perspectiva siempre más asombrosa que la anterior. Las Simien Mountains dejan sin efecto al sublime kantiano: su belleza no te paraliza, no subraya tu insignificancia, no te sobrepasa hasta el dolor. Para hacerlo, tendría que confrontar a sujeto y paisaje, categorías que las Simien vuelven indistinguibles. Asomarse a un acantilado de dos mil metros te disipa el ser.

Dereje, que está enamorado del amor ajeno por sus montañas, nos cuenta que estos cortados fueron el escenario de dos superproducciones estadounidenses: Parque Jurásico y Avatar. Nos describe con detalle los fotogramas paisajísticos y alega la implicación de Richard Attenborough, hermano del documentalista, en la selección de los escenarios. El móvil de mi amiga parece contradecirlo. Localizaciones: Hawai, California, Nueva Zelanda. Ni rastro de Etiopía. ¿Son todos los paisajes el paisaje para Dereje? ¿Es más real un espacio que autoriza la ciencia ficción? La niebla extiende sus cortinas.