12. Marcapasos

Hay monasterios ortodoxos activos en veinte de las treinta y siete islas del Tana. Visto el trajín de moneda local, se diría que viven más del turismo que de las supuestas plantaciones cafeteras. Los monjes se dejan hacer fotos a cambio de dinero. Tienen una mirada tan intimidante que dan ganas de retratarlos pero ni muerta lo haces. Cada monasterio esconde un arca y muestra una veleta. La primera simboliza los diez mandamientos y la segunda, los siete sacramentos. No somos capaces de enumerarlos ni sumando el total de nuestras molleras judeocristianas, pero nos mostramos muy interesados y muy respetuosos y decimos todo el tiempo que sí con la cabeza.

Dejamos nuestros zapatos en la puerta del templo: las botas de trekking, que miran de frente con el aire rotundo de un hombre instruido; las chanclas de playa, tan orgullosas de no tomarse nada en serio; las sandalias de cuero, esperando dubitativas en ángulo agudo. Dentro del monasterio, las pinturas murales hablan ghez, la lengua litúrgica de Abisinia. Juan el Bautista chupa el pecho de su madre amortajada. Un cuervo bebe lágrimas de santo.

Nos movemos a gran velocidad, de isla en isla, porque la turista alemana se impacienta. Hay a quien le implantan un cronómetro en lugar de un marcapasos. En el bote, hablamos de trabajo con una pareja israelí. Mi amiga R explica que estuvo hace unos años en los campamentos saharauis, donde se alojan los refugiados del segundo territorio del mundo oficialmente ocupado. Yo pensaba que en Gaza -responde la israelí- tenían su propio Estado.